martes, 21 de mayo de 2013

SUS FRASES


-¿Alguna frase que te haya marcado en tu recorrido personal? 
“Ama et fac quod vis”, de San Agustín. ¿No saben latín? Investiguen, pues. 
Esa frase ha marcado mi vida porque sin amor nada tiene sentido. Incluso las cosas más importantes, si no nacen del amor y se hacen con amor, no sirven de nada. El amor da sentido a todo y lo explica todo; también el misterio de Dios y del ser humano. Hemos sido creados por amor y para amar. Por eso, el amor lo es todo.
Un día sin amor es un día perdido y yo quiero vivir, plenamente y eternamente. Cielo y tierra pasarán, los éxitos y fracasos se olvidarán, las cosas materiales desaparecerán, incluso la fe y la esperanza no serán necesarias. Al final, solo quedará el amor. 
¡Atrévete a amar siempre y haz lo que quieras! Todo serán obras de amor.

FAMILIA Y AMIGOS


-¿Echas de menos a tu familia y amigos?
Por supuesto. Acá diríamos, se extrañan mucho. ¡Cómo no echar de menos a mis familiares y amigos! ¡Cómo no extrañar y recordar con alegría a los buenos amigos que hice en Almoradí! De todos modos y a pesar de la distancia, la fe y el amor nos mantienen unidos, mucho más de lo que uno puede imaginar. Estamos siempre unidos en la oración y en la misión.

FE


-¿Has tenido dudas en tu fe? 
De fe, nunca. Cuando he dudado y se ha debilitado mi fe, ha sido porque he puesto mi confianza solo en mí o en los demás, en mis propias fuerzas y capacidades, en los recursos disponibles o en las posibilidades a mi alcance. Nunca he dudado de Dios porque Él nunca ha dudado de mí, a pesar de mis infidelidades y errores. Esta firme convicción no implica que todo esté claro en mi camino de fe, sino que reconozco y acepto que Dios, como la vida misma, es un Misterio, un maravilloso Misterio de Amor.


-¿Has pensado alguna vez en abandonar? 
Abandonar la misión, nunca. Regresar a España, muchas veces. El ser misionero no depende de estar en un determinado lugar; es una condición, un estilo de vida, una vida entregada, sea donde sea, a Dios y a las personas que Él nos encomienda. 
San Pedro dijo a Jesús, “jamás te abandonaré” y le negó tres veces antes de que cantara el gallo. Es por eso que no me atrevo a decir que “jamás abandonaré al Señor Jesús y la misión que me encomendó”, pero eso espero cumplir con la gracia de Dios y las oraciones de todos ustedes, mis amigos de Almoradí. 







EXPERIENCIA


-¿Qué te ha enseñado esta experiencia? Anécdotas. 
Lo más valioso que he aprendido de los hermanos de Chimbote es su confianza en Dios y su amor sincero a la Iglesia. Llama la atención su capacidad de esperanza y paciencia en el sufrimiento, su ingenio para superar las dificultades, su alegría en la pobreza. Además, son muy “querendones”. Me han acogido con un cariño cordial muy especial. Me han hecho muy fácil sentirme un peruano más (hasta se me agarró el acento) y valorar, todavía más, el sacerdocio, redescubriendo la paternidad espiritual que implica. Y es que acá todos me llaman “padre”, “padresito”; algunos incluso “padresito Jaumesito”.


-¿Cuál ha sido tu experiencia más positiva? ¿Y más negativa? 
Todos los días tenemos experiencias positivas y negativas. Así es la vida… ¡maravillosa! Llena de dificultades que afrontar y retos que superar, repleta de oportunidades que aprovechar y regalos que disfrutar. Es por ello que me resulta muy difícil quedarme con una.
Como positiva, la acogida cordial de los peruanos y su apertura a Dios. Da gusto ver cómo buscan a Dios y lo viven con naturalidad y entusiasmo. Como negativa, la impotencia ante tantas situaciones difíciles de encajar y acompañar. También cuando hay malentendidos, enfrentamientos o discordia en el seno de las comunidades cristianas.

-¿Recomendarías esta experiencia a alguien?
Por supuesto, la recomiendo a todos, aunque no todos tiene esta vocación misionera “ad gentes”. En la Iglesia de Jesús, todos somos misioneros, pero no del mismo modo. Hemos de respetar cada carisma y ministerio. No todos tenemos los mismos dones. Dios a cada uno nos ha regalado los talentos que ha considerado mejor para ponerlos al servicio del bien común. Lo importante, repito, no es el lugar, sino cómo vivimos en ese lugar. 

Animo a superar todo temor e incertidumbre a cuantas personas sientan que Dios les invita a salir, a ir a otro lugar, a darse sin medida, a entregar sus propias vidas como testimonio de fe. Todo es fácil cuando uno acoge la propuesta de Dios. Nada es imposible para Él y todas las dificultades se superan con su gracia. Si Jesucristo les envía a la misión allende los mares, ojalá escuchen su Voz. ¡No se arrepentirán! 


CHIMBOTE-TRUJILLO


-Allí en Chimbote, ¿te dedicas solo a predicar o a algo más? 
En 2008 llegué a Chimbote. Ahora, desde febrero de 2013, he sido nombrado rector del Seminario Mayor San Carlos y San Marcelo de la Arquidiócesis de Trujillo. Dejé Chimbote para dedicarme al acompañamiento y formación de 120 seminaristas que viven acá. ¡Una tarea delicada y maravillosa! El año nuevo trajo misión nueva, aunque continúo también como secretario ejecutivo de la Comisión de Cultura y Educación de la Conferencia Episcopal Peruana. 

-Cuando llegaste allí, ¿cuál fue tu mayor reto? 
Conocer el lugar y su gente, sus formas de vivir, de creer, de sentir… Chimbote y el Perú eran una realidad completamente desconocida para mí. Solo conocía a Fernando Asín, sacerdote de Alicante. Todo era nuevo, un reto apasionante.



MISIONES


-¿Que te impulso a ir a las misiones? 
Desde niño, aún antes de ser seminarista, siempre admiré a los misioneros y misioneras que, impulsados por la fe y el amor, estaban dispuestos a compartir la vida y la fe con otros hermanos de lejos. Recuerdo a la Hna. Teresa, una religiosa de mi colegio que queríamos mucho y que, de repente, dijo que nos dejaba porque se iba a vivir a Guinea “con los negritos porque ellos me necesitan más”. Eso siempre me marcó. 
Ya siendo sacerdote, mi corazón andaba inquieto y seducido por la misión en Tánger (Marruecos). Pero Dios y la Iglesia tenían preparados otros planes… ¡benditos planes! Gracias a Dios, me enviaron a Chimbote (Perú).

-¿Por qué Perú y no otro lugar?
Sin duda, fue el Buen Dios quien a través de su Iglesia me lanzó a la misión en el continente latinoamericano. Como decía, mi inquietud misionera se inclinaba por el diálogo con los musulmanes en su propia tierra. Hacía tres veranos que visitaba Tánger y sentía que pronto iría a Marruecos. Quería vivir  el diálogo interreligioso como minoría. Sin embargo, fui enviado a Chimbote a reemplazar a Pepe Lozano, quien por motivos de salud debía regresar a España. Así de simple fue el cambio de planes. ¡Porque los planes de Dios son impredecibles! 

-¿Tienes pensado volver a España? 
Eso ya no depende de mí. Así como tampoco dependió de mí, ser enviado al Perú. Solo Dios, a través de las mediaciones eclesiales, sabe donde pasaré el resto de mis años, compartiendo la vida y ejerciendo el ministerio sacerdotal. Y la verdad es que no me preocupa demasiado el lugar. Sé que mis padres piensan de otra forma y por eso, lamentablemente, les hago sufrir. 

-¿En qué año te fuiste? 
En octubre del año 2008, cuando estaba viviendo como sacerdote en Almoradí. Fue triste y emocionante a la vez. Estaba tan contento en Almoradí, trabajando junto a Don Francisco, Don Benjamín y Don Aldo, que costaba dejar lo conocido rumbo a lo desconocido.  


-¿Has conocido a misioneros de muchos países? 
Sí, muchísimos. En estas tierras latinoamericansa, hay muchos misioneros, la mayoría provenientes de Europa y Norte América. Solo en el Perú, somos 91 sacerdotes diocesanos españoles, sin contar los sacerdotes religiosos. 
A pesar de la diversidad de nacionalidades, lenguas y culturas, en la misión se descubre que la Iglesia es una familia maravillosa y uno se siente en casa en cualquier lugar del mundo. La fe nos hace hermanos y hermanas allá donde estemos. La fraternidad universal que nace de la fe es una gracia que no pueden gozar los que se aíslan y encierran en su pequeño mundo.


VOCACION


-¿Cómo descubriste tu vocación? ¿A qué edad? 
Todo comenzó a los 17 años cuando estaba estudiando COU en Benidorm. Todos andábamos inquietos y preocupados por el futuro. Yo tenía claro que quería seguir estudiando en la universidad, pero no acababa de decidirme por ninguna carrera. ¡Me gustaban tantas! Finalmente, tras hacer las pruebas de acceso, fui admitido en una universidad privada de Barcelona donde estudiaría Empresariales y Derecho. Mis padres iban a hacer un gran esfuerzo para que completara mi formación. Una vez más confiaban en mí y me apoyaban incondicionalmente. ¡Qué bendición tener unos padres así!

Sin embargo, cuando todo estaba claro, un constante «¿por qué no?»  me perseguía día y noche. Diversos encuentros, acontecimientos y experiencias me hicieron decidirme y emprender otro camino. También aquellas palabras de Jesús: «no sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino Yo el que os ha elegido a vosotros y os destiné a que os pongáis en camino y deis fruto» (Jn 15,16). Me persuadía enormemente su «vete a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres, que Dios será tu riqueza; y, anda, sígueme a mí» (Mc 10,21). Jesús rompía mis previsiones, mis esquemas, mis proyectos... y los de mi familia. Cambio de planes: de Barcelona a Orihuela, del norte al sur, de ejecutivo a sacerdote. «¿No puede ser otro?», le preguntaba repetidamente a Dios en mi oración. Parece ser que no. Intuía que Dios quería contar conmigo y para discernirlo con serenidad y eclesialmente debía ingresar en el Seminario. Y así lo hice. Ingresé en el seminario el 29 de septiembre de 1992.

-Cuando le comunicaste tu vocación a tu entorno, ¿cómo se lo tomaron? 
Hubo de todo. «¡Mirad en quien se ha fijado Dios!» (1 Cor 1,26). Eso pensaban mis amigos y familiares, incluso yo mismo, cuando les comenté que entraba al Seminario de Orihuela. «Tú, ¿cura?», me preguntaban una y otra vez. En el grupo de jóvenes  del colegio había un amigo que era el eterno candidato para ir al seminario, pero yo no daba el perfil. Deportista, amante del mar y de navegar a vela, con buen palmarés en Tae Kwondo Do, extrovertido y amigo de la fiesta, con novia... ¿cura yo? ¡Imposible! Ni yo mismo me veía. Es cierto que algunos sacerdotes y religiosas me habían propuesto la vida sacerdotal, pero siempre me lo había tomado a broma, tan solo como una posibilidad muy lejana, no reservada para mí. Tenía amigos sacerdotes y su estilo de vida no me desagradaba, pero ¿yo cura? ¡Pues, sí, Dios me había elegido a mí y felizmente me fié de él! Cosa de la que no me arrepiento. Al final, cuando tomé la decisión, encontré más apoyos de los que esperaba. Mis temores fueron infundados y en el camino no faltaron muchas personas que me animaron a seguir hasta el final.